domingo, 12 de agosto de 2012


D E J A N D O   S E N T I R   A L   C O R A Z Ó N  
                                                                   
Cuánto se muere por nada
en esta guerra de lágrimas...;
¡oh padre!,
arañando luz,
desprohibiendo o inventando
alguna
              verdad,
algún silbo sólo puro, de uno, de uno, al fin libre
para siempre desde el corazón.
Te doy hoy la voz 
incorruptible,
desnuda, fieramente decidida,
la humilde que tú dejaste,
ésa precisa…,
y la atrinchero todo lo que puedo con tus entrañables tan bellos  recuerdos,
con tu valor enriquecido de tierra
y de esperanza.
¡Cuánto amaste a luz y a Cristo!,
como los charcos de sed que deja con sangre iluminando un ser ofrecido…
y como –quizás– los trajineos
de sonrisas en la tan dignísima jornada, en la tan dignísima jornada.
Como los cañaverales.
¡Cuánto amaste! Y por eso 
mi nombre es tuyo,
y mis dos manos, todo mi camino,
este barro ya es para ti,
la ternura que tengo tiznada del mundo
ya es para ti,
lo tanto, la soledad perdida, la pobredumbre acuchillada de miseria;
porque… mis gritos me sacarán de todo
si es que así el amor lo dice,
porque… mis gritos sabrán qué hacer.

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