(Nadie quiere paria)
La perdición
ya apesta
en esta suerte malherida,
en este hambre total gritando sangre...;
en las sanguijuelas que escupen la burla,
en esta verdad con grasa de momia,
en los perros amargos que vomitan pus,
en el sexo de los olvidos...;
en el perfume talado por la pena,
en la creencia errando desengañada,
en el miedo c-a-n-s-a-d-o de refugios,
en la sombra que ríe, ¡sí!,
y en los versos podridos;
ya apesta
demasiado
en la humedad del misterio desquerido,
en todo,
en el trans-Rimbaud;
en la pesadilla del espejo para el maniquí,
en los templos del adiós,
en las escuálidas miradas agotadas,
en la bestia inembargable
de
rabia
y en los sueños ahorcados;
ya apesta, ¡sí!,
a/rada de delirios,
tropezada tanto...
– mísera –,
tanto
con afiladísimos
decaimientos.